Bailemos ahora sí
Aquí en la terraza, en el casco viejo, al amanecer. Un heladero, una niña vendiendo limonada, melón, fruto de la pasión, todo se ve en calma, despreocupado, líquido. Sí, es verdad. Mis ojos líquidos. No es el sol, la brisa picada, sí tengo los ojos aguados, desde adentro, echando de menos su beso, su "sí". Igual, me lo merezco. Me perdí los amaneceres, los paseos en chinelas de piel o de corteza. Por encerrarme en mi cuarto, o en mi pedestal mío de mí. El merengue es tan social, tan simple, divertido, yo puedo bailar, "levantar", ser el Valentino de la nueva era, sobre la arena, alrededor del fuego. Me hice una idea después de la verbena. No pregunté al director de la orquesta o al bohemio con su lira. Menos hice el estudio de mercado o de empatía con mis raíces o mi piel. Me gasté mi fortuna en máscaras, disfraces, el manual del juglar. La conocí después de la verbena, me pareció tan fabulosa, organicé la obra de teatro, el libreto al pie de la letra para su cumpleaños, invitarla a bailar, a conocer "mis tesoros", reproducir la escena de la novela del Caribe. Y eso que me hizo caso, me tuvo mucha paciencia y hasta me dijo que me ofrecía un chocolate, e ir a conversar juntos a la terraza. Pero cuando estaba por proponer la revancha a ese mameluco que no sabe bailar, no va al peluquero pero sí va cogido de la mano con ella, flotando, compartiendo la bandeja con las manzanas y los frutos rojos, y mi apoderado me dijo que no más trago y que vámonos al refugio para evitar problemas, ahí me di cuenta de todo, además de lo que no pregunté, del tiempo que gasté y que aunque tuviera un clásico convertible y un palacio junto al mar igual esa mujer no me aceptaría. Ahorita en la terraza creo que ya no necesito los antifaces, los libros de autoayuda, todo es tan espontáneo, sin pasos a seguir, liviano, dulce, que creo ya se bailar el merengue mucho mejor, ya sé qué decirle para conquistarla, se quede conmigo en mi terraza, ella o cualquier otra que sea así fabulosa, vestida en una pieza estampada, holgada, con minifalda. Igual también ya no tengo afán, si no me acepta un poco de fruta picada, o no me saluda en la recepción junto a la campanilla, dejo así. Ella debería caminar de vez en cuando, echarse una siesta después de mediodía, escuchar los clásicos del hijo de la leyenda.
Comentarios